Pues [así es:] cuando al hombre le aflige una desgracia, Nos invoca, ya esté echado sobre su costado, sentado o de pie; pero tan pronto como le libramos de su aflicción, continúa como si nunca Nos hubiera invocado por la desgracia que le afligía. Así es como aparecen gratas a los ojos de quienes se dilapidan a sí mismos sus propias acciones.